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La complejidad psicológica va siempre asociada a estructuras morfológicas complejas. No obstante, algunas de ellas llevan a cabo acciones capaces de dejar al mundo horrorizado y perplejo. Este es el caso de este rostro que, pese a tener pocas fotografías y de poca calidad para su estudio, muestra una combinación de rasgos que facilitan espacios de desequilibrio interior.

 

A nivel intelectual el rostro revela un potencial por encima del término medio: existe capacidad de cálculo, reflexión, previsión, imaginación, organización, concentración y precisión en la realización. No obstante, es aquí donde se presenta el primer y mayor antagonismo: el pensamiento es rico pero enclaustrado en si mismo y con gran dificultad para renovarse con los estímulos que le propone el medio. Esto supone, por un lado, un mayor desapego o contacto con lo real y, por otro, una rumia excesiva de estas ideas personales, pero poco actualizadas. Esta forma de pensamiento es proclive a fijaciones, donde esta menor flexibilidad mental puede ser llevada de manera obsesiva hacia pensamientos delirantes, rayando incluso el fanatismo ideológico.

 

A nivel emocional, se observa menor capacidad volumétrica de la esperada para encontrar un mayor equilibrio con el nivel descrito anteriormente. Las fotografías parecen enseñar una dificultad no integrada del pasado. Es decir, las experiencias que pudieran ser dolorosamente sentidas, se acumularon en el interior sin haberse trabajado ni comprendido plenamente, facilitando el desánimo e impasibilidad emocional y nutriendo la rumia intelectual. La estructura no es proclive a manifestaciones pro-empáticas, si bien presenta capacidad suficiente para que la relación socio-afectiva sea educada y cordial, aunque con una tendencia más introvertida, especialmente en lo referente a los sentimientos más profundos.

 

A nivel instintivo, las necesidades son menores, presentando un menor soporte energético de base y un pobre anclaje con lo real y lo tangible, lo que extrema el antagonismo de su raciocinio y reduce su capacidad impositiva personal. Así, si bien existe cierta rigidez en las ideas y en los planteamientos, estos ni se externalizan ni son integrados por el yo, provocando en el ser un sentido de frustración, resultado de no poder desarrollarse y realizarse como había ideado.

 

Así pues, observamos como al antagonismo de su nivel intelectual, se une el desequilibrio volumétrico de las zonas inferiores: las ideas se emancipan del sentimiento y del instinto, sin amarre a la vitalidad profunda del ser. Si bien la fría razón puede en ocasiones promover la objetividad, aquí se añade la amenaza de la asimetría estructural, que expone al ser al albedrío de ciclotímias y a las pérdidas de control, que pueden ser monopolizadas por las ideas delirantes y desancladas del pensamiento.

 

¿Podría otro tipo de proceso de selección, como el morfopsicológico, haber evitado la tragedia? La mayoría de los procesos de selección se hacen a través de tests autoinformados, fácilmente vulnerables si el aspirante tiene una capacidad intelectual suficiente y comprende bien qué buscan los empleadores. El método morfopsicológico puede aportar objetividad, puesto que la evaluación depende del estudio de las formas morfológicas faciales, reduciendo el sesgo del autoinforme. Así, las estructuras con mayor fragilidad podrían ser identificadas, lo que ayudaría a decidir las responsabilidades que pueden asimilar, evitando poner al individuo en situaciones delicadas como la presente.

 

Igualmente nos gustaría subrayar que la detección de estas estructuras en la más tierna infancia, nos permite plantear un mejor entorno y una estimulación adecuada para un sano desarrollo.

 

No queremos despedirnos sin dar nuestro más sentido pésame a los familiares, amigos y allegados de las víctimas de tan desafortunado destino.

Estudio realizado por Cristina Gabarre Armengol, psicóloga, morfopsicóloga y profesora del ISM

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