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Aterricé en la morfopsicología atraída por la curiosidad hace ahora cuatro años y fui quedando atrapada en ella con el que ha sido mi profesor todo este tiempo: Julián Gabarre.

 

En un principio verle trabajar parecía arte de magia. Me impresionaba su don para desentrañar los misterios del alma aparentemente sólo con mirar un rostro. Muchos «modelos» voluntarios han pasado por las clases, ofreciendo generosamente su cara al análisis, esperando respuestas que les ayudasen a entenderse mejor para poder ser más felices. En cada caso he sido testigo del poder transformador de la morfopsicología, una herramienta muy poderosa para la comprensión de la esencia que cada persona lleva dentro, para descubrir  los talentos ocultos así como integrar los conflictos más profundos.  Y de cómo esa aproximación a la verdadera naturaleza puede hacerse desde el cariño, el respeto, fuera del prejuicio y de la valoración crítica, abriendo procesos de aceptación, de cambio, de superación.
El dr. Gabarre transmite la verdad de la morfopsicología desde la pasión por su trabajo, la implicación personal, la prudencia y el rigor. Eso que parecía puro regalo, puro don, es una mezcla de talento personal, observación y de entrega al estudio.  El descubrimiento de todo el esfuerzo y la constancia que se requieren para avanzar en morfopsicología no ha impedido que a día de hoy siga sorprendiéndome y atrapándome su «magia».

 

Gracias por estar ahí, sorprendiéndome, ayudándome a evolucionar con esta técnica. Gracias, dr. Julián por abrir caminos y por tu sincera lucha personal para que la morfopsicología tenga su merecido reconocimiento y así cada vez más personas puedan beneficiarse de ella.

 

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